EL «JATO» MAÚLLA: Recuerdos de desamor.

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El «Jato» maúlla, y lo hace en la noche…

Sentía que el aire se enredaba en su pelo como se enredan los pensamientos en el enamorado. Sentía que la luz viajaba entre las ramas como el silencio del desamor que viaja a través del agujereado corazón. Sentía que el sonido de los pájaros eran suaves puñales que acompasaban el quejido del que recibía noticias de dolor. Con cada paso abría camino en una inmensidad arbórea que asfixiaba cada segundo de esperanza. Sin rumbo, sin aire, sin luz. Avanzó deslizando sus pies en el hielo de hojarasca que crujía al ritmo de su gélido y pausado latido. Sentía la vida y no la vivía.

Sonaban las notas del desamor, sonaban y no se oían. Hacía falta un lenguaje cruel, pero éste huía. El aliento que antes exhalaba calor ahora se condensaba en el más cruel de los infiernos. Ardía la mirada, las manos sudaban, y consumirse deseaba el que sabiendo qué era amor, ahora yacía frío en un suelo marcado por el fracaso. No escuchaban, sólo oían, porque esas notas… huyen.-.

No dejaba de mirarla con sus castaños ojos. Clamaba que el tiempo le concediera prorroga en el amor. Clamaba para que su sentir captado fuese por eso que llaman deseo. Clamaba, pero no había suficiente fuerza, porque la sinceridad y fragilidad de aquel sentimiento era un espejo de un ser atormentado. Clamaba, porque no se amaba.

-¡Guarda esa copa!, -le dijo el vino a la botella-.

-Guárdala, que mi sabor es digno del que emborracharse quiere con su aroma. No hallaré recipiente más seguro que tu entraña, ni silencio más amargo que tu tapón dominado. Guarda esa copa, que sus labios no están hechos para tan etéreo viaje. Guárdala, y deja que me desee. Cada mirada a tu vientre será mi revivir, porque querida botella… hace tiempo que me dejé morir-.

-¿No oyes que ha llegado? ¿No ves que ha aparecido? ¿No hueles que desprende su frágil aroma?-. Qué difícil es oír lo que no suena, oler lo que no huele… Qué difícil saber que lo que fue no volverá-. El suave caldo hacía mella en su percepción, aquella que se rendía a lo que puso ser y no fue.

 

Aislado en el tiempo, refugiado en el averno de su sentir, clavaba el recuerdo en el beso, aquel que, distraído y travieso, marcó en una noche de invierno el frágil suave cuello del desamor. Recuerdos en la distancia, recuerdos que náufragos buscaban islas donde vivir, recuerdos que se ahogaban y que regados de vino sacudían aquella fría noche. Recuerdos…

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Luis Gaspar, fotógrafo.

 

 

 

 

 

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